Madres

MVZ César Alejandro Cornejo Castillo
Egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México
por la Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán.
Artículo enviado para su publicación por Laboratorios Tornel

-Vístete y vámonos- ordenó Faustina, a la vez que arrojaba la ropa con determinación pero sin violencia a los pies de la muchacha.

Llorosa, avergonzada, minimizada, golpeada, la muchacha fue tomando prenda a prenda y así mismo, con lentitud, esa que da la precaución para evitar que duela, se fue vistiendo. De tanto en tanto se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano en un llanto imparable pero sin gemidos, silencioso, luego, sólo suspiros, seguidos de moqueo como si fuera hipo.

Faustina la dejó pasar primero y salió de esa pocilga siguiendo a su hija que se abrazaba a sí misma, apenas y sin voltear a ver al hombre tirado en el suelo que ya para entonces se iba rodeando de una alfombra roja que despedía un poco perceptible vapor pues hacía frío, y la sangre, tiene los mismos treinta y siete grados del cuerpo.

-Esos huevos son de gallina de pelea- dije orgulloso como quien acierta a algo muy complejo. Las dos mujeres se me quedaron viendo, una, la que estaba detrás del mostrador volvió su mirada hacia la otra señora como esperando explicación, la otra bajó la vista y agregó -¿Quiere entonces tres o cuatro docenas Doña Magda?-

-¿Cómo cree?- Se mostró indignada la dueña de la tienda -usted siempre me decía que eran huevos de rancho- agregó. -Claro que son de rancho y gallinas son gallinas-, se defendió la otra; pero no funcionó y le devolvieron todos sus huevos incluidos los tres o cuatro sobrantes de la semana pasada. Avergonzado traté de arreglar las cosas, le expliqué que era Veterinario y precisamente dedicado a las aves y que el huevo de una gallina de pelea era idéntico al de las gallinas de rancho, etc. etc.

-No oiga, usted será muy estudiado pero imagínese el riesgo, estos huevos me los compran las marchantas que tienen bebés y es del que les dan, imagínese, así como son ahora los muchachos de violentos y groseros ¿y Yo vendiéndoles de gallina de pelea? No señor, se van a poner “pior”, además, en cada docena no falta uno o dos que vienen con cáscara muy delgada, se rompen y ahí se me va la ganancia- se justificó.

Traté de explicarle que eso no tenía nada que ver con el carácter de los muchachos y que de ser así entonces la solución a la violencia del mundo estaría en dar a todos los rijosos y violentos huevos de paloma blanca, de esas de la paz, sólo levantó los hombros y me dio la espalda. Ya para entonces me estaba terminando el agua mineral fría que había pedido y salí a toda prisa de esa miscelánea, buscando a la pobre vendedora, minutos más tarde la vi salir de otra tienda, bajé de la camioneta y me disculpé con ella, le dije que yo le compraba los huevos rechazados, la mujer volteó a verme con esa mirada curtida de quien está habituado a los reveces, y continuó su marcha cambiando su pesada carga de una mano a otra.

-Yo le puedo decir cómo solucionar el problema de los cascarones delgados- agregué ya cómo último recurso mientras la seguía, entonces detuvo su marcha, puso la caja de cartón en el suelo. -Tiene que dar calcio en la dieta de sus gallinas- dije, pero la mujer se me quedó viendo como si le hubiera hablado en otro idioma.

-¿Bryan?- dijo la señora Faustina al ver a un mucha- cho flacucho con pantalones aguados a media nalga y con una gorra ridículamente con la visera chueca hacia un lado, ambos antebrazos repletos de malos tatuajes pues tenía arremangada la chamarra que Faustina no se explicaba cómo la soportaba si esa tarde había casi 28 grados de temperatura, a este joven lo conoció casi cuando niño en la primaria donde estudiaban dos de sus hijas, vivían entonces por allá en una colonia perdida del Bordo de Xochiaca cerca del Distrito Federal.

En ese entonces era un muchacho muy simpático y a todos hacía gracia porque le llevaba flores a Rosaura, la mayor de sus hijas, sí, les hacía gracia, así empieza todo, quién sabe de dónde sacaría las flores. Ella y Bryan iban en tercero de primaria cuando se conocieron y desde entonces habían tenido que lidiar con el chamaco porque prácticamente tenía que correrlo de su casa, aunque a veces le daba lástima al ver que salía, pero para quedarse sentado en la calle de terracería sobre un tubo muy grande, de esos para el drenaje y que estaba semidestruido con varios años a la intemperie a la espera del presupuesto siempre pospuesto de los municipios, ella podía verlo desde la ventana de la cocina que daba a la calle, entonces lo volvía a pasar y lo sentaba a comer con sus hijas, Rosaura de ocho años, Lucía de cinco y Antonia de cuatro.

Aunque el chamaco ya tenía 11 pues había repetido primero, segundo y ahora tercero de primaria, pero ni se notaba, por lo desnutrido, se le veía más chico de edad. -Ya corre a ese chamaco Faustina, ya va a obscurecer y no deja hacer su tarea a Rosaura- le ordenaba el marido al que le disgustaba ver al chamaco en su casa cuando llega- ba del trabajo -Bryan, Bryan ¿Para qué le pusieron así? Que ocurrencias de sus padres, si está más prieto y más paisano que nada- comentaba en aquellos años el marido. -Siéntate ¿Quieres que te sirva un caldo? ¿O quieres una pieza con mole? – preguntó Faustina, el muchacho sólo dijo que sí con la cabeza, con la mano sucia quitó el pellejo de la pierna y con los dedos se llevaba la carne a la boca.

-Chaleee, este pollo está duro y sabe mucho a pollo- dijo el muchacho.

Faustina, a quién no le había agradado en absoluto el tono ni los ademanes, volteó a ver de reojo a Sinesia su comadre que no dejaba de verlo con evidente desagrado -Es porque esta carne es de gallina, no es como el pollo que se come allá en la ciudad, es diferente, ¿a qué has venido? – preguntó temerosa, hubo un largo silencio.

-Vine a visitar a su hija, la Rosaura- dijo altanero y en un tono cercano al sarcasmo.

-A, pues ella no está, ya llega muy tarde porqué ya entró a la preparatoria- apenas terminó de decir esto cuando un camión de pasajeros se detuvo y de ahí bajó Rosaura, orgullo de Faustina que siempre la veía caminar hacia el puesto como si fuera una reina. Rosaura, como siempre hacía, primero iba a saludar a su madre antes de meterse a la casa.

Faustina ponía una lona grande como tejado para el puesto de comida afuera de su hogar, la barda les servía de protección a sus espaldas contra el viento, un fogón de leña, unas cuantas ollas y la mesa de tablones cubierta con un mantel de plástico de colores, la banca era una tabla de tres metros burda y sin cepillar sobre unos blocks provenientes de la misma construcción en eterna obra negra, siempre pendiente para mejores tiempos. Hubo un silencio prolongado hasta que Rosaura se le quedó viendo al joven muy seria y de repente se le iluminó el rostro al reconocerlo -¡Bryan! ¡Bryan!- y le dio un abrazo. Unas horas más tarde, como en los viejos tiempos, Faustina le dijo al joven lo acostumbrado, que ya se fuera, porque ya iban a levantar el puesto y además él vivía a muchas horas de ahí, la comadre Sinesia terminó de meter los blocks y los tablones a la casa ayudándose con una carretilla -Pinche chamaco comadre, ni siquiera se acomidió a ayudarnos en nada, y eso que usted le dio de tragar- dijo Sinesia muy molesta.

A Paco López le vaticinaron que eso de ser respondón siempre le traería consecuencias, en su momento, había sido expulsado de dos secundarias diferentes, por lo que su padre le dijo pa ́ que esperarse a “la tercera es la vencida”, qué mejor que de una vez… y hasta segundo de secundaria llegó y ¿Todo por qué? Por responderle a los maestros, por no dejarse, lo peor de todo es que en ambas ocasiones no era ni asunto suyo, sino por meterse a defender a otros, exactamente como en el caso de ahora, con la diferencia de que esta vez el asunto lo tenía o lo tuvo a un pasito de morirse; aun no podía ver nada y escuchaba a veces sí, otras no, respiraba por la boca, pues de nariz ahora le había quedado un mazacote amorfo, de dientes ridículamente sólo le había quedado uno y al frente; pero qué cansancio, qué calor y ¡qué sed!, había hecho el intento de decir algo cuando escuchaba que alguien se acercaba, pero nunca obtuvo respuesta, pero para ser honestos, tampoco estaba seguro de haber dicho o pedido algo. Un día, muchos meses después, de súbito abrió los ojos y vio, inhaló pero le irritó el olor a antisépticos, cloros y alcoholes, también ya pudo oír, fue un asalto de mil bocinas, como si alguien le hubiera subido el volumen al mundo, todo en tan sólo un instante, tan sólo para escuchar esa letanía por parte de unos funcionarios que lo condenaban a prisión por agredir y herir a varios oficiales de policía.

Entre la población de presos Mexicanos, era bien visto, le decían Pancho López, valiente como un león y era algo así como una leyenda ante los otros reos, para los otros, para los migrantes sudamericanos, un ejemplo de pundonor a seguir, y para los presos sajones, un tipo amigable, pero entre los oficiales, los custodios, la consigna era de hacerle la vida imposible; se sabía de su nombre por el IFE y el único intento del consulado mexicano por contactar a alguien fue a través de una carta aviso, uno o dos años después a un domicilio en el Estado de México en donde ya no vivía nadie, Pancho López Valiente como un león quedó con amnesia, sólo por momentos recordaba fragmentos del último día que fue libre, pero ni restos de la memoria inmediata ni remota.

En el transcurso del día en ciertos instantes se quedaba con la mirada perdida -como hundido en un trance-, y cuando le llegaba algo, abría mucho los ojos fijando con desesperación el horizonte y se le venían las lágrimas, pero en un instante posterior, volvía en sí y extrañado recobraba la compostura, como que son momentitos en que se le vienen fragmentos de recuerdos y se quiere aferrar a ellos -como Deyabús- comentó otro preso que había dejado trunca la carrera de psiquiatría para ir al norte por dólares, según él. Pancho era el único reo que permanentemente le tocaba el aseo de las letrinas, el último en turno en pasar por el rancho o comida, a conformarse con lo que sobrara, de madrugada al primero que despertaban y sin motivos -porqué nunca daba motivos- los custodios le pegaban de pasada con la cuarta o el tolete, pero de un modo u otro recibía ayuda, siempre alguien se solidariza, una dosis extra de comida a escondidas, una cobija prestada, etc. Su vida ahí, era como una causa para los demás presos.

Un día el Sheriff Joe Arpaio fue a ver cómo se consumía en vida este reo en la cárcel de Tent City Arizona; más que un penal era un tipo campo de concentración en pleno desierto a más de 50°C en verano o temperaturas de congelación en las noches de invierno, vivían casi a la intemperie, ese era el castigo xenófobo del Alguacil de Hierro de Maricopa que estalló en furia con los guardias al ver al Reo en perfectas condiciones físicas -¿Por qué tanta saña contra ese pobre hombre?- preguntó un abogado que acudía para liberar a un gringo rico. Cierto día este abogado se apersonó en la prisión -Brad, Brad Stevens- le dijo a Pancho a la vez que extendía su mano para saludarlo, Pancho la estrechó. -Me he enterado de todos los pormenores de su detención, las razones y la agresión desmedida de la que fue y sigue siendo objeto, he conseguido videos y ya tengo testimonios de gente que vio todo hace cinco años, puedo representarlo y demandar al Estado para que indemnice, de ahí me cobro mis honorarios ¿está de acuerdo?- dijo el abogado, Pancho se quedó en las mismas, de inmediato le tradujo un anciano indocumentado que había llegado a trabajar los campos Norteamericanos desde 1950 y en el 2013 fue deportado, después del quinto intento por regresar a Estados Unidos de plano lo mandaron a Tent City Jail por el delito de querer venirse a morir entre sus bisnietos.

El abogado parecía saber mucho mejor que el mismo Pancho López lo referente a su caso, -que ingresó ilegalmente por la frontera desde Caborca o Nogales, Sonora hacía cinco años y que a los tres días de empezar a trabajar en un Car Wash al terminar su turno e ir en busca de un segundo empleo complementario, usted fue testigo de cómo entre los policías de tres patrullas intentaban a golpes someter a otro ilegal mientras su pequeña hija aterrada y a grito de llanto intentaba ayudarlo hasta que un guardia le propinó un puñetazo que la noqueo, y usted sin pensarlo se le fue al guardia encima.- Pancho llevó los ojos para arriba recordando entonces claramente cómo – hecho un ovillo tirado en el suelo-, ya había dejado de sentir la lluvia de toletazos y pensó que no se dejaría matar como un perro, sacó fuerzas de no sabía dónde, sentía como le golpeaban el cráneo, entonces le picó los ojos a uno, lo dejó tuerto, arrancó de una mordida media oreja a otro que soltó el tolete, él lo recogió y le tumbó los dientes a uno más, -y apunte usted esta observación, en cuanto empezaron a salir heridos del otro lado, la saña empezó a disminuir, ya los golpes comenzaron a amainar, es una ley “El que golpea en bola, invariablemente es un cobarde”- la agravante de todo, si es que esto se puede considerar agravante, fue que mientras Pancho López combatía, cantaba con todas sus fuerzas el Himno Nacional, así que enrarecidos muchos mexicanos que pasaban por ahí le entraron y vapulearon a los policías, el desorejado, de algún lado consiguió un bate de Béisbol y sacó de combate a Pancho a quién habían dado por muerto. A fin de cuentas todo se convirtió en una batalla campal conforme fueron llegando más policías pero nada de eso vio ya Pancho López.

Lo que más me pesa de ira Toluca es la salida de la ciudad por avenida Constituyentes, siempre congestionada, pero voy rumbo a Valle de Bravo, ya pasé Toluca y debo de tomar una desviación hacia Xonacatlán, estoy perdido y no sé cómo, pero ya voy de regreso a Toluca; nunca falla cuando busco a compañeros galleros de cualquier rincón del país, si algo se ocupa, recurro a ellos, en este caso hay una forrajera pequeña y a la entrada veo que tienen una jaula donde alojan a un Gallo Giro con dos gallinas, el amigo resultó que ha asistido a las Expo-Intercontinentales de la Gallicultura que yo organizo y no sólo me indica, sino que me acompaña, en el trayecto le voy contando la manera en que eché a perder la venta de huevos a la señora que ahora vamos a ver; -la dueña de la tienda, la tendera pensaba que por darle a los bebes huevos de gallina de pelea los hacía peleoneros o de perdida berrinchudos-, nos reímos, él de compromiso tal vez, yo porque soy simplón; así que me comprometí a darle la consulta gratis y asesorarla, no sé en qué, pero me siento en deuda, expliqué.

Sobre la carretera rumbo al centro del pueblo vemos un techado de lona -enlonado- como de 10 metros de largo, de rafia azul, ahí veo a la señora en cuestión que junto a otra están afana- das sirviendo una mesa con muchos comensales, pertenecen a la comisión de Electricidad, lo sé por los camiones estacionados a la vera del camino, no obstante su agobio, ella cortésmente nos saluda y nos ofrece unos banquitos de plástico para que nos acerquemos a la mesa –provecho- saludamos a los compañeros electricistas –provecho- responden. Son las tres de la tarde, dos horas después de lo pactado y ante un humeante y aromático caldo de gallina, sin duda de pelea, -lo sé por el tamaño más chico-, el fondo muy claro con arroz y garbanzos, sin solicitarlo me agregan un puño de crujientes cubitos de cebolla, chile serrano en rodajitas y finamente picado un verde, vigoroso y aromático cilantro, tomo un limón que supongo proviene del árbol que asoma sus ramas como un copete en algún punto de la barda; la señora Sinesia, la comadre, nos entrega una tortilla de su comal, donde pongo la pierna que previamente y con facilidad he deshuesado y cubro con una cucharada generosa de salsa espesa y martajada de esa gran mole de roca negra que es el molcajete y que abastece a toda la mesa, una mordida al taco y el primer sorbo caliente y agradece uno la vida.

Continuara

Artículo publicado en
Los Avicultores y su Entorno Diciembre 2016-Enero 2017

Fernando Puga
Fernando Pugahttps://bmeditores.mx/
Editor en BM Editores, empresa editorial líder en información especializada para la Porcicultura, Avicultura y Ganadería.
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