La ganadería NO es la mayor fuente de gases de efecto invernadero del mundo

Redacción BM Editores.

La carne se ha convertido, valga la redundancia, en “carne de cañón”. En el alarmante escenario del cambio climático en el planeta, este alimento se ha convertido en un objetivo público, en el que cada día más gente se pronuncia por comer menos carne para “salvar” al planeta.

El argumento en el que se centra esta petición, es que la producción pecuaria genera más gases de efecto invernadero que todo el sector del transporte, pero esta afirmación es falsa, sin embargo la persistencia de esta idea lleva a suposiciones inexactas en relación con el consumo de carne y las consecuencias reales que están empujando al cambio climático.

Existen muchas razones para optar bien por consumir proteínas animales o bien por elegir un menú vegetariano. Sin embargo, renunciar a la carne y sus derivados no es la panacea para el medio ambiente como muchos nos quieren hacer creer y, llevado al extremo, también puede producir consecuencias nutricionales negativas, asegura en una investigación Frank M. Mitloehner, profesor de Ciencia Animal y Calidad de Aire en la Universidad de Davis, en California, publicada en el portal The Conversation.com quien en el estudio se centra en analizar las formas en que la agricultura animal afecta a la calidad del aire y al cambio climático.

Añade que la mala reputación de la carne se centra en la afirmación de que la ganadería es la mayor fuente de gases de efecto invernadero del mundo. Por ejemplo, un análisis publicado por el Worldwatch Institute de Washington en el año 2009 aseguraba que el 51 por ciento de la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) en el mundo procedían de la cría y procesado del ganado.

Pero según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, las principales fuentes de emisión de GEI en este país en 2016 fueron la producción eléctrica, con 28 por ciento del total de las emisiones, el transporte, con 28 por ciento y la industria con el 22 por ciento.

El especialista destacó que la agricultura y la ganadería representan apenas un 9 por ciento de las emisiones, cifra a la que la ganadería contribuye con un irrisorio 3.9 por ciento.  Los números demuestran que la ganadería no se puede comparar con el transporte en términos de contaminación.

En 2006, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) publicó un estudio titulado “La larga sombra del ganado: problemas ambientales y opciones”. El informe, que atrajo la atención internacional, afirmaba que la ganadería producía un asombroso 18 por ciento de los gases de efecto invernadero en todo el planeta. La agencia llegó a una conclusión sorprendente: el ganado hacía más daño al clima que todos los tipos de transporte juntos.

Esta afirmación señala Frank M. Mitloehner es falsa y fue desmentida por Henning Steinfeld, el autor principal del informe. El error residía en que los analistas de la FAO llevaron a cabo una evaluación integral del ciclo de vida para estudiar el impacto climático de la crianza del ganado, pero a la hora de analizar el transporte emplearon un método diferente.

Para el ganado, la FAO tuvo en consideración todos los factores asociados a la producción de carne, entre los que se encuentran las emisiones generadas por la elaboración de fertilizantes, la conversión de bosques en pastos, el cultivo de pienso y las emisiones que provienen de los animales (eructos y deposiciones) desde su nacimiento hasta su muerte.

Sin embargo, cuando analizaron las emisiones de carbono producidas por el transporte ignoraron los efectos sobre el clima que provienen de la fabricación de materiales y piezas de los vehículos, el ensamblaje de los mismos y el mantenimiento de carreteras, puentes, aeropuertos y otras infraestructuras.

En su lugar, solo tuvieron en cuenta las emisiones de coches, camiones, trenes y aviones. Como resultado, la comparación que hizo la FAO de las emisiones de gases de efecto invernadero entre ganadería y transporte estaba completamente distorsionada.

Durante una conferencia dirigida a científicos en San Francisco el 22 de marzo de 2010, el académico señaló el error presente en el informe, lo que levantó una gran polvareda que produjo un importante seguimiento mediático.

En un acto que les honra, la FAO reconoció inmediatamente su error, pero desgraciadamente la afirmación inicial de que la ganadería producía el mayor porcentaje de gases de efecto invernadero ya había recibido una gran cobertura por parte de los medios. Todavía hoy se lucha para demostrar que no es así.

En su informe de evaluación más reciente, la FAO estimó que la ganadería produce un 14.5 por ciento de los gases de efecto invernadero de las actividades humanas a escala mundial. No existe una evaluación del ciclo de vida completo del transporte con la que se pueda comparar.

Frank M. Mitloehner agrega que mucha gente sigue pensando que dejar de comer carne solo un día a la semana influirá en la lucha contra el cambio climático. Nada más lejos de la realidad. “Un estudio reciente demuestra que incluso si todos los estadounidenses eliminasen todas las proteínas animales de sus dietas, las emisiones de gases de efecto invernadero del país solo se verían reducidas en un 2.6 por ciento”.

Además, los cambios tecnológicos, genéticos y de gestión que han tenido lugar en la agricultura y la ganadería de Estados Unidos durante los últimos 70 años han hecho que la producción ganadera sea más eficiente y menos nociva para el medio ambiente.

Cabe puntualizar que la demanda de carne está creciendo en las economías emergentes y en vías de desarrollo, con Oriente Medio, el norte de África y el sudeste asiático a la cabeza. Aun así, el consumo de carne por individuo en estas regiones todavía dista mucho del de los países desarrollados.

En 2015, la media de consumo de carne anual per cápita en los países con economías sólidas fue de 92 kilogramos, mientras que en Oriente Medio y en el norte de África fue de 24 kilos, reduciéndose hasta los 18 en el sudeste asiático.

En cualquier caso, dado el crecimiento previsto de la población en el futuro, países como Estados Unidos deberán adoptar prácticas más sostenibles para la cría del ganado.

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